ADVERTENCIA


ADVERTENCIA LEGAL: EL COPYRIGHT Y LA MARCA REGISTRADA DE REENCUENTRO, DE TODOS LOS DEMÁS NOMBRES PROPIOS Y PERSONAJES, ASÍ COMO DE TODOS LOS SÍMBOLOS Y ELEMENTOS RELACIONADOS, SON PROPIEDAD DE Y. LUNA PINTOR. CUALQUIER COPIA O REPRODUCCIÓN PARCIAL O TOTAL DE ESTA OBRA MEDIANTE EL PROCEDIMIENTO QUE SEA, CONSTITUYE UN DELITO SUJETO A PENAS PREVISTAS POR LA LEY DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL.


martes, 15 de abril de 2014

CAPÍTULO V: "Primer Acercamiento"



Capítulo V: Primer Acercamiento


Lo que había comenzado como un orvallo ventoso, rápidamente estaba avanzando hasta convertirse en una de las tormentas eléctricas más violentas del año. El viento dejó de silbar, y todo de repente se aquietó. Atisbé en las alturas esa voraz serpiente de luz haciendo piruetas mortales en el horizonte, segundos después escuché un rugido infernal; y vino con ello una gran detonación. Pude presenciar entonces cierta clase de miedo irracional cuando se rompió el silencio; como ese miedo resultado de aquel trágico disparo a mitad del camposanto.
―¡Debemos darnos prisa!
Poco a poco fueron apareciendo ávidamente más cobras salvajes como antesala a un primer fragor que ensordecía; y de buenas a primeras, comenzaron a multiplicarse. Entonces mi cerebro dejó de divagar y de inmediato se accionó. Yo respondí al llamado y aceleré mis pasos.
―¡El agua está helada! ―refunfuñé en un vano intento de ser escuchada―. ¡Helada!
Pero el diluvio era más fuerte que mi voz.  Más fuerte que todas mis fuerzas.
Al cabo de un rato mamá fue sumergiéndose en mis pensamientos… Y de un chispazo a la mitad de la carrera, recordé sus temidas advertencias. De reojo eché un vistazo al mecanismo en mi muñeca: veinte minutos para las nueve de la noche. Mis pies empezaron a frenarse sin que las demás partes de mi cuerpo se opusieran. Concebí entonces un vuelco en la barriga y empecé a sentir cómo su corazón se iba secando por mi indisciplina; cómo se arrugaba y se encogía como si yo misma lo hubiese privado de la vida.
―Lo lamento, ya es muy tarde. No me di cuenta… Debo marcharme.
Tras verme a mí hacerlo, Léonard se detuvo en seco bajo la cornisa del Mussé Local d’Art et Cinematographie.
            ―No, no puedes ―me objetó alzando la voz, encarando ahora a un entrenador que alentaba a su pupilo en medio de un maratón casi fallido―. ¡No me hagas esto!
Me di por vencida. Una chica rubia de piernas largas fue la primera en llegar a la línea de meta. El esfuerzo de Léonard había sido en vano…
Tan sólo el cambio de una mirada impenetrable a una suplicante, me hizo sentir debilidad. Se le veía tan frustrado, tan mohíno… Afligido por así decirlo; afligido a pesar de ese aire de poderío y brillantez tan característico de él.
―No quiero más problemas con mi madre ―le solté mientras me arrinconaba contra el muro para cederle un poco de refugio.
Pero la incitación por conocerme cada vez se volvía mayor.
―Eso ni tú te la crees.
De nuevo la temible agresión al hablar, la absoluta tiranía en cada una de sus contestaciones.
―Piensa lo que quieras ―le espeté para bajarle el ego pensando que aún no era demasiado tarde para hacerlo―. Lamento haberte causado inconvenientes. Buenas noches.
―¡Pero si ya habías accedido!
―Lo sé…
―¿Y tus ansias por tratarme? ―puntualizó antes de verme dar la media vuelta.
―Bien sabrán esperar.
―De acuerdo, adelante. ¡Vete! Sólo no des por sentado que yo estaré esperándote.
―¡Y de nuevo esa maldita arrogancia tuya! ―le solté enfadada por no encontrarle fin a todas aquellas confrontaciones automáticas.
―Eso es lo que quieres ver para identificarte más rápido conmigo ―rebatió enérgico con la intención de apaciguarme y hacerme callar―. Así que mejor no hables. No me conoces.
―¿Tú me has de conocer muy bien, o qué?
―¡BASTA!       
La incomodidad ocasionada por sus gritos terminó por sacarme una comezón de los mil demonios. Cuando terminé de rascarme, descubrí que la nuca y buena parte de mi espalda se asemejaban a una papa hinchada. Una papa hinchada y adobada.
―Tal vez hasta sea mejor así.
Léonard soltó un bufido más bizarro que el de un toro.
―Sí. Tal vez lo sea para mí.
Flechazo directo al corazón… Pero ahora en contra del amor. Indignada, sentí una ardiente necesidad de soltarle una bofetada para dejarle en claro la estupidez que había dicho. Me contuve y lo maldije con una sarta de groserías limitadas sólo a mis pensamientos. Velé mis impulsos por esa precisa incapacidad de soportar aquello. De alguna forma u otra tendría que notar la injusticia; esa terrible injusticia de obligarme a seguir conversando a pesar de tener los ojos rasos.
―¡¿Duele, verdad?! ―preguntó él.
Cuando percibí su interrogante como la más clara muestra de megalomanía humana, el mundo se me vino encima en cuestión de segundos. Pude entonces comprender esa atracción sado-masoquista como una trampa mortal en la que estaba a punto de caer. El problema aquí es que yo no era masoquista... Él tampoco.
―Ahora que vuelvo a sentir cómo la lluvia baña mi cuerpo, sé de inmediato que esto ha sido todo ―y di un paso en retroceso―. Me resulta muy difícil de decir, pero me hubiese gustado coincidir contigo en otro momento de la vida ―suspiré reservando las lágrimas para mis adentros y aparentando esa misma dureza inquebrantable de la que ya me había vuelto maestra―. Porque quizá si tú no fueras lo que eres hoy, si yo fuese lo que tú buscabas, todo habría sido distinto ―y tomé aire―. Así que no nos culpemos. Este momento no era el indicado. Sólo eso.
Al irme alejando del lugar, elevé la vista a las alturas… «Sé que no me he portado nada bien en los últimos años ―me aventuré en un diálogo interno con Dios―, pero… ¿Realmente será él por quien en verdad vale la pena luchar?»
Crucé la calle sin prestar atención a los autos. El agua cernida dentro de mis párpados causaba un picor angustiante. Ahora el cielo encapotado ya no filtraba ni un solo filamento de luz a pesar del suplicio de la luna. Entonces me lamenté por su juego de palabras con las mías; por lo que habría pasado y no pasó; porque la pequeña estrella que yo tanto adoraba ya no aparecía; y porque Dios ni siquiera me escuchó.
―¡¡¡AaaHhhh!!!
Traición. Es lo primero que sucede cuando el amor aumenta y las oportunidades de estar cerca disminuyen.
―Disculpa. No debí hacerlo.
El chico se volvió hacia mí enteramente acongojado; sabía que una imprudencia de ésas le costaría caro.
―No te preocupes. Yo hubiese hecho lo mismo.
―Aún así. Te hice daño.
―Por supuesto que no.
―Claro que sí, déjame ver…
―¡Que no! ―y escondí el brazo detrás de la espalda. Léonard lo tomó con delicadeza y se dedicó a observarlo.
De nuevo una avalancha de hielo sobre mi piel.
―¿Y esa ampolla? ―se apresuró a señalar.
―¿Cuál?
―¡Ésta! ―señaló por encima de mi pulgar para evitar cualquier fricción que pudiera lastimarme.
―Esa ya estaba ahí.
Pero no era cierto. Con el más leve roce de su piel recordé aquella terrible quemadura en análisis químico que me había costado una vesícula asquerosa y dos faltas injustificables en mi kárdex. Léonard me miraba más culposo todavía, casi como si hubiese estado presente durante mis pininos con nitrógeno líquido. Porque hacerme daño en el mismo dedo y a mitad del encuentro, era un hecho que ni a él mismo se lo iba a perdonar.
―No mientas.
―¿Tú la originaste, es lo que estás tratando de decirme? ―argüí enfadada para librarlo de los malos pensamientos―. ¡¿Por qué te adjudicas todo lo que me pasa?!
―¡Deja ya de insultarme, rayos!
―Me enferma escucharte preguntar por mí, siendo que quien debería de preocuparse por ti sería yo― le solté altiva para que comprendiese la gravedad del asunto―. Estás helado.
―Imaginaciones tuyas nuevamente.
 ―Por favor, no soy tonta.
Instintivamente Léonard pareció saber a qué me refería. Y luego, cuando sintió que había «algo más» detrás de aquellas simples palabras, el joven inclinó la cabeza avergonzado de sí.
―Prometo no volver a tocarte, yo…
―¡Mejor promete volver a casa!
―Eso nunca ―arrastró las palabras en tono mortífero tras atreverse a levantar la cara―. Y tú tampoco.
Otra vez el ángel perdió su blancura y se volvió terciopelo negro. El silencio invulnerable y aquel movimiento mecánico en su rostro, me hicieron volver a experimentar el terror de estar frente a esta criatura del infierno. Lo miré; él me miró a través de esas enormes piedras nocturnas; letales, obscuras… Sus labios se movían bajo una voluntad que no era la de Dios. Volví a pensar en huir, pero mis pies ya se habían enraizado al subsuelo por esas maldiciones que lanzaba en voz baja. O así lo imaginé. Así lo imaginé por creer que rezaba por mi alma.
―Con esas temperaturas, no me explico… No me explico cómo…
―Cómo es que sigo vivo ―completó con desdén cuando mis labios se vieron obligados a callar.
―Trato de decir que… En cualquier momento, puedes… Puedes sufrir un episodio de hipotermia, o algo así ―corregí turbada por los nervios―.
Mi interés por su estado de salud le asentó de maravilla.
―¿Hipotermia, dices?
―No sé… O hasta incluso algo peor ―y de nuevo el  juego del gato y el ratón comenzaba a ponerme nerviosa―. Además tomando en cuenta que las circunstancias no son favorables en lo absoluto… ―y extendí la palma de la mano para recoger las gotas y acentuar la lluvia―. ¡Imagínate! Aún no conozco a tus padres… Ni tu dirección. Ni tus alergias. Mucho menos tu tipo de sangre... ¡¿Dime tú quién respondería por ti en caso de emergencia?!
―¿Así que quieres conocer a mis padres?
―No es necesario.
―Acabas de decirlo...
―Sólo si te sucediera algo, cosa que no quiero. 
―Pues no te preocupes, estoy la mar de bien.
―Suenas muy seguro.
―Hacía años que no me sentía tan radiante.
Fue así que entre la confluencia de aguas dulces que tallaban la acera, sentí el impulso de continuar. Pero mi boca ya había soltado una sarta de palabras tontas; ya no podía echarme para atrás.
―¿Piensas regresar?
―No lo sé.
―¿Quieres regresar?
―No.
―Entonces. ¿Qué es lo que te detiene?
―El tiempo.
―El tiempo no es nada. No existe.
―Siempre está ahí.
―Sí. Pero nunca se detiene. Es como si no existiera.
―Pero mi madre…
―Tu madre seguirá ahí. Igual que siempre.
La lluvia se había tranquilizado, pero los relámpagos entre los cirros y la niebla seguían produciendo una sonoridad monstruosa que rebotaba hasta el centro de la Tierra y emergía de ella en forma de sacudidas violentas. El viento sopló para aglutinar las nubes y hacerlas tronar con mayor fuerza; a consecuencia terminó alborotando la cabellera del chico forma desastrosa. Sus blancas manos peinaron la limpia y brillante melena sin complicaciones y Léonard aguardó impaciente en espera de una respuesta. 
―Adelante. Yo te sigo ―suspiré finalmente.

El pasado, el presente y el futuro parecieron hilvanarse en aquel microsegundo. Léonard se llenó de júbilo como si hubiese encontrado un faro en altamar luego de navegar a la deriva y quiso bailar a consecuencia de forma secreta. Pero cuando se dio cuenta de que la luz haría traslúcidas sus emociones, naturalmente se contuvo y optó transmutar la alegría a través de un suspiro hondo. Me llené de tranquilidad con sólo ver que engordaba de felicidad. Parecía que mi compañía le hacía falta... Mucha falta. 

No hay comentarios.: